domingo, noviembre 16, 2008

El matemático descuartizador




Ya se sabía que Eduardo, de oficio taxista, con 33 años encima y aplicado estudiante de matemáticas, había descuartizado a su madre con la exactitud de un cirujano, pues ella, así lo adujo él, se opuso a que el padre continuará subsidiando sus estJustificar a ambos ladosudios, además de pedirle que dejara a su esposa.

La posición materna hizo florecer en él un rencor excesivo, que lo llevó a obtener un marro, una segueta y una navaja y así llevar a cabo, el 28 de marzo, lo que aprendió en películas obtenidas ex profeso para desmembrar carne humana. Eso ya se sabía, lo mismo que, en desparpajada plática, prometiera a los agentes.

—Sí les digo todo —propuso—, pero antes les voy a pedir un favor…

Los policías que platicaban con quien había estudiado matemáticas en el Instituto Politécnico Nacional, ahora sospechoso de parricidio, se sorprendieron mientras escucharon el repentino cambio, pues durante un largo lapso trataron de que se “abriera”, y entonces uno de ellos, dispuesto, ofreció:

—Lo que tú quieras…

—Tráigame un caldo de pollo con menudencias.

Y se lo trajeron.

Ése fue uno de los primeros pasos que llevó a los agentes de la Procuraduría General de Justicia del DF, según versiones, a que el presunto confesara los motivos de su desquite, y revelara que el día señalado halló a la víctima en su casa, ubicada en la colonia Jardines del Tepeyac, municipio de Ecatepec.

La llevó a su departamento, ubicado en el mismo predio, donde hizo lo que tenía planeado: la aporreó con el mazo y luego la trozó. En esta operación se esmeró en cortarle los dedos pulgares, quizá para que no la reconocieran, pero los peritos demostraron que la señora había renovado su credencial de elector meses antes “y colocó su dedo índice y no el pulgar, como se acostumbraba…”.

El informe oficial dice que Eduardo distribuyó las partes del cuerpo en diez bolsas de plástico, mismas que introdujo en la cajuela de su taxi, un Pointer, y se dirigió a la avenida Gran Canal del Desagüe y calle Paileros, colonia Tres Mosqueteros, y abandonó la cavidad toráxica y las extremidades superiores e inferiores.

De ahí brincó a la colonia Nueva Atzacoalco, de acuerdo con el comunicado oficial, delegación Gustavo A. Madero, y echó los dedos pulgares en una coladera, mientras que la cabeza fue lanzada sobre un terreno baldío.

Casi un mes después, la policía concluyó que los restos formaban parte de la que en vida llevó el nombre de Yolanda, de 60 años, pues fueron identificados por su esposo y uno de sus hijos, hermano de Eduardo, quien durante el lapso de la desaparición dijo que su madre había sido secuestrada y que los supuestos plagiarios le enviaron un mensaje a su teléfono celular.

La treta no fue asimilada por su parentela, sobre todo el padre, quien se resistía a sospechar de su hijo consentido, pero no tuvieron otra salida que confesar sus sospechas a la policía, que durante el sepelio se trasladó a un panteón de Ciudad Azteca, municipio de Ecatepec, donde pescaron al sospechoso, quien sería trasladado al Reclusorio Preventivo de Chiconautla.

Todo se sabía.

No sus demás rastros.

Y una coincidencia: en una de las pláticas también participó una comandante de la Policía Judicial, quien se sorprendió cuando vio al sospechoso.

—¡Yo a ti te conozco! —le dijo.

—¿Cómo que me conoces?

Después de escudriñarlo no tuvo ninguna duda de que era el mismo taxista que en dos ocasiones, dos, la había trasladado en diferentes rumbos del norte de la ciudad. “¡Mira con quién iba yo!”, comentó.

Eso fue casualidad.

Lo otro, no.

***

Una funcionaria de la PGJDF reveló que el acusado estudió matemáticas en el IPN y obtuvo calificaciones “muy altas”. Después, en el Colegio Angloespañol, entró a estudiar la licenciatura para maestro de matemáticas.

—El homicidio fue porque su mamá le negaba dinero que le daba su papá para la escuela —se le comentó a la fiscal.

—Para la escuela y para sus gastos, porque aunque tenía el taxi que le había dado el padre, no lo trabajaba bien y no le daba dinero, ni siquiera sacaba para sus propios gastos.

—¿Se le detectó alguna situación anormal?

—Nada anormal; tenía un coeficiente alto.

—El crimen lo cometió…

—Sí, muy consciente.

—¿Fue cínico en su confesión?

—No, demasiado tranquilo; frío, calculador.

—¿Qué decía su familia?

—Estaban muy sorprendidos y no querían saber nada de él.

—¿El papá sí lo quería?

—Lo quería mucho; era su
consentido.

***

Karen era el nombre de su novia, una mesera que trabajaba en un restaurante de la colonia Lindavista. Pero ella, declaró el presunto descuartizador, “le había roto el corazón” —de acuerdo con el resumen ministerial del pasado 23 de octubre—, por lo que se tatuó la figura de ese órgano muscular en la piel.

El reporte oficial detalla que hace unos días, cuando el agente del Ministerio Público le preguntó si en ese momento le gustaría ver a Karen, el presunto descuartizador respondió en tono burlón y nervioso: “No la van a encontrar”. La expresión sembró la sospecha.

Las autoridades emprendieron la búsqueda de algunas novias del “probable responsable”. En su rastreo encontraron a los padres de una de ellas, Karen, y dijeron que desde octubre de 2006, su hija, de 21 años, se había ido a vivir con el inculpado, pero que desconocían su domicilio.

Los peritos realizaron una confronta del perfil genético con los restos humanos encontrados en diciembre de ese año en la calle Coatlicue, casi esquina con Insurgentes Norte, colonia Santa Isabel Tola, y concluyeron que eran de Karen, cuyos compañeros de trabajo reconocieron a Eduardo como su novio.

Era el mismo individuo que la recogía cuando ella salía del trabajo, dijeron los declarantes, que además observaron constantes discusiones entre la pareja, e incluso atestiguaron las veces en que él “la arrastró y la golpeó con su automóvil…”.

Él sólo dijo que ella le había roto el corazón, y que por eso traía un tatuaje con esa figura, y al preguntarle si le gustaría verla, respondió: “No la van a encontrar”.

Nada más.

La duda como aguijón.

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