LA CRONICA.
Guevara Niebla pide un consejo nacional social de la educación contra la enseñanza centralista y opaca; en el magisterio, desánimo crónico
Gilberto Guevara Niebla. Estudioso del sistema educativo mexicano, académico e investigador, es una voz reconocida y respetada por el gremio, la burocracia y los medios de comunicación. Con él iniciamos una serie de entrevistas para revisar los principales retos de la educación en México, así como las posibles vías de solución.
—¿Cuál es la principal característica del sistema educativo en México?
—Yo diría que el gran problema es el diseño de la autoridad educativa.
—¿El problema es la propia Secretaría de Educación Pública (SEP)?
—La SEP, desde su origen, se creó en una concepción de Estado fuerte y corporativo, cuya fuerza radicaba en la capacidad de controlar todo. En esta lógica se construyó.
—¿Eso es malo?
—Sí, porque 90 por ciento de las decisiones en educación básica viene del Ejecutivo.
No hay reglas que permitan una verdadera desconcentración, aunque exista una descentralización administrativa.
—Entonces, aunque los estados tengan los recursos, el Centro manda
—Claro, por ello, hay una enorme discrecionalidad del Presidente.
—¿Cómo toman las decisiones educativas?
—Tan simple como que un presidente ve un proyecto, como el caso de Enciclomedia, y decide imponerlo en todo el país, sin hacer caso de la investigación educativa, que le estaba señalando claramente que el problema grave no es de cobertura o de computadoras, sino de calidad.
—¿Cómo caracterizaría entonces el sistema?
—La educación en México es centralista, vertical y opaca.
—¿Por qué centralista?
—Todas las decisiones están en el poder Ejecutivo, la periferia, es decir, las escuelas, tienen poco o nada de poder. Las 300 mil escuelas, más de un millón de profesores tienen que acatar la decisión unipersonal del Ejecutivo.
—¿Vertical?
—Es vertical por que la decisión simplemente se acata. No se discute. Desde el secretario de Educación hasta los profesores en las comunidades más alejadas, son sólo operadores de un sistema que no tuvieron oportunidad de discutir o mejorar.
—¿Cómo se vive eso en las aulas?
—Imaginemos un profesor de quinto año de primaria que tienen un programa que cumplir, y un día, un técnico llega a su salón y, con sólo un cursito 10 o 20 horas d por medio, le instala un pizarrón electrónico.
—A algunos profesores les gusta…
—Pero no a todos, pero no por el pizarrón en sí. Eso es desviar el foco del problema de fondo. Dado que los profesores no tienen poder de decisión, trabajan siempre en un nivel de gran insatisfacción.
—¿El profesor en México es un individuo insatisfecho?
—El problema es más profundo. Existe una devaluación de la profesión magisterial, lo que ha llevado a un desánimo crónico. Tampoco hay estándares de calidad, ni una evaluación del trabajo docente. El nivel de tolerancia es enorme, ya que no hay vigilancia de los procesos de trabajo docente por la autoridad.
—Están desanimados y devaluados
—Entonces llegamos a lo más perverso del sistema. Los profesores están sin poder, pero sin nadie que les exija.
—También se quejan de los sueldos
—En los últimos 20 años, desde la administración de Carlos Salinas, han subido los salarios en términos reales. Yo creo que ahora viven dignamente. Lo preocupante es que hay un problema grave de actitud.
—¿En qué sentido?
—En una encuesta realizada por la revista Este País, sobre los valores del profesorado, llama la atención sobremanera que los profesores se sienten satisfechos con la calidad de los servicios educativos del país.
—Sobre qué base
—Simple autocomplacencia. No hay preocupación por la información de los exámenes del Instituto Nacional de Evaluación Educativa y la OCDE, que caracterizan claramente lo grave del problema educativo en nuestro país.
—¿Por qué toman esta actitud?
—Por conformismo, abulia, conveniencia gremial. No es éticamente correcto.
—Entonces, la educación en México es un mito.
—Sin duda, el peor mito sobre la educación es que es intrínsecamente buena.
—¿Quién piensa así, los padres de familia?
—Sí. La gente lleva a los niños a la escuela y da por hecho que la educación que reciben es la adecuada. Nadie se preocupa por saber si les están enseñando correctamente o si las calificaciones y evaluaciones son realistas y reflejan el verdadero nivel educativo de sus hijos.
—Entonces, no hay discrepancia en el conformismo…
—Por distintas causas. Los padres de familia están convencidos de que es suficiente con que sus hijos asistan a la escuela para que reciban educación.
—¿Es algo como complicidad?
—No, para los padres funciona más bien como una especie de caja negra, en la que sus hijos entran de cuatro o cinco años y salen, años después, listos para enfrentar con éxito la vida. En todo ese tiempo, nunca se cuestionan qué pasa dentro de esa caja negra.
—¿Es en este sentido en que la educación es opaca?
—Sí. Para obtener la transparencia, sería necesario hacer visible la manera en que operan las escuelas, es decir, exigir y saber interpretar y dar uso a la información de lo que pasa allí dentro.
—Para ello, tendrían que participar más allá que en las mesas directivas de padres de familia.
—Vasconcelos creó un sistema escolar de base local, participativa, pero luego éste se aisló. Lo importante sería reestablecer el vínculo escuela/comunidad.
—Sin embargo, los resultados en la vida real parecen distintos
—Lo son. El optimismo de profesores y padres es más bien producto de la desinformación.
—¿Qué tan grave es el fracaso?
—Los resultados son catastróficos. Obtener un empleo para los egresados es cada vez más difícil. Asumimos que al salir de la escuela, a cualquier grado, los hijos tendrán mejores armas, y se tiene la idea que esto es mejor con más años de escuela.
—Es un fraude…
—Es una desinformación escandalosa que tiene que transparentarse, saber que los bajísimos niveles de competitividad como país son producto precisamente de un proceso educativo sin control de calidad alguno, autocomplaciente y mediocre.
—Entonces no es culpa nada más del gobierno…
—Claro que no. En la periferia está la mediocridad institucionalizada, por el conformismo y la desinformación de profesores y padres, y en el centro, políticas educativas verticales y tomadas sin investigación previa.
—Pero se gasta mucho en educación. Es prioridad nacional.
—Más allá de lo declarativo, la educación se organiza alrededor de criterios políticos, para mantener la estabilidad social y política.
—¿Es una válvula de escape?
—Es un sistema de 33 millones de estudiantes, millón y medio de trabajadores de la educación. Es un mundo en el que la toma de decisiones se da pensando en los profesores como una masa de operadores políticos, no de agentes de la educación.
—¿Operadores políticos?
—Los profesores influyen en los procesos electorales. Por eso, el control del profesorado se convirtió en una obsesión política.
—Es una historia antigua…
—Hoy la disputa es abierta, pero siempre ha existido, siempre ha sido descarnada y es el eje de todo tipo de decisiones sobre el tema educativo.
—Eso pervierte la relación del Estado y el profesorado.
—Durante décadas, la variante política que ha significado el Sindicato Nacional de Trabajadores de la ecuación (SNTE) ha pesado más que cualquier consideración de Estado.
—¿Es vigente en los tiempos de alternancia política?
—Hoy todavía, el SNTE se considera fundamental en el funcionamiento del sistema.
—¿Cuál es la peor expresión del corporativismo sindical?
—El sindicato se ha opuesto sistemáticamente a las reformas estructurales que implique evaluación real y sistemática del trabajo docente. Una reforma de este tipo supone supervisión y crítica de lo que sucede en las aulas, y están acostumbrados a ejercer el poco poder que tienen de una manera libre, sin contrapesos.
—¿Nadie vigila lo que pasa en las escuelas?
—No hay organizaciones civiles que vigilen y cuestionen las decisiones de la burocracia educativa.
—Por ello el sindicato quiere mantener las cosas como están.
—Saben que si la sociedad toma parte en procesos evaluatorios reales y críticos, se afectarían intereses creados.
—¿Necesariamente?
—Si los padres, a nivel escuela, toman cartas en los procesos, empezarían las quejas en contra del sindicato. Horario, cumplimiento de metas, calidad y conocimiento de las técnicas y los temas, incluso comportamiento ético y cultura general.
—¿Cómo solucionar esta diferencia?
—Se debería crear un Consejo Nacional Social de la Educación. Padres, familias, académicos, investigadores, gremios.
—¿Cuál sería la ventaja?
—Entonces habría una instancia de peso moral que se quejaría de la conducta sindical.
—¿Es un sistema obsoleto?
—El Convenio de trabajo rige desde 1946 y en él, se establece que los directores y supervisores son sindicalizados, son juez y parte.
—¿Nada se ha mejorado en todos estos años?
—En este sexenio se empezó a dar apertura, lenta y todavía insuficiente, a una reforma que exige un examen de oposición para ser director, pero todavía es un proceso con la mano del SNTE.
—Es decir, los directores no pueden ejercer su autoridad.
—Por todos lados, no existe una relación de autoridad real en la educación.
—¿Es imprescindible?
—En el proceso tiene que haber autoridad, no en el sentido de imposición y autoritarismo, sino en la línea de la autonomía, legítima y aceptada por los actores del proceso.
—Algunos funcionarios hablan de avances en cobertura, educación para adultos…
—Los resultados son onerosos y engañosos. Aun en el sistema normal, escolarizado. Las familias se quedan satisfechas porque obtienen certificados para sus hijos, pero en la más alarmante mayoría de los casos los niños o jóvenes no dominan los conocimientos y habilidades del grado escolar obtenido. —Es terrible…
—Es frustrante, pero los niños salen de la primaria sin saber leer correctamente, y de la ortografía ni hablar. No dominan correctamente las operaciones básicas, y son evidentes las limitaciones en formación intelectual, moral y cívica.
—¿Es igual en las escuelas privadas?
—En algunas escuelas privadas hay más atención a los aspectos emocionales y en la formación de valores, aunque algunos de ellos están sesgados por el origen religioso o de grupo al que pertenecen los planteles.
—¿Existe investigación educativa suficiente en México para cambiar las cosas?
—La obsesión por lo controles ha llevado a que no exista una política de evaluación e investigación educativas. En primaria abruman a los niños con programas extracurriculares, nunca tienen tiempo para dedicarse a temas como la ecología, actividades artísticas realmente automotivadas o ciencia.
—¿Entonces, los resultados de cobertura son insuficientes?
—En la ambición política por la universalización de la escuela se crearon dos y hasta tres turnos por plantel, se redujeron dramáticamente las horas efectivas de escuela. Hoy se trabaja de 8:30 a 13:00 horas, es decir, cuatro horas efectivas.
—¿Es poco tiempo lo que van los niños a la escuela?
—Las experiencias de horarios extendidos son muy exitosas. Jornadas de siete horas han resultado formidables, por la diversificación de los temas, amplitud en el tratamiento de los aspectos fundamentales como matemáticas, español.
—¿Esto no implica más gasto?
—Requiere nueva organización, más recursos, una disposición de los profesores al trabajo que no veo coincidir con sus “derechos laborales”.
—¿Por qué tantos problemas con la secundaria?
—En la secundaria, hasta las características físicas de los niños cambian. Aumenta su capacidad para el pensamiento abstracto, la escuela tiene una función más intelectual. Pero la currícula actual es demasiado pesada. Muchas materias y poco énfasis en las fundamentales. Pero es muy difícil eliminar asignaturas, por que el sindicato las defiende como plazas sindicales.
—¿Qué piensa de las reformas propuestas?
—Es necesaria una disminución de cargas de contenido, hoy excesivas y abrumadoras, para inhibir la brutal deserción, producto por un lado de la desproporción de las cargas, por otro, hay que decirlo, de la deficiente preparación y pésimos hábitos de estudio con que salen de la primaria.
—Sin embargo, las cifras son terribles…
—Roger Díaz de Cossío ha llamado la atención sobre la significación estadística de la deserción sobre la vida nacional. Sin ninguna oportunidad para obtener empleos y nada qué hacer, todos estos jóvenes se convierten en reserva para la delincuencia, la migración y las adicciones.
—Son muchos en esas condiciones…
—Se calcula que hay tres millones de jóvenes en el limbo. Sin estudiar, trabajar. Sin futuro y sin oportunidades.
—¿Es problema de droga, desintegración familiar, pobreza…?
—No nos engañemos. Si las condiciones de la juventud en la actualidad son tan graves es por fallas en el sistema educativo, más allá de la situación económica o las vicisitudes políticas.
—Los jóvenes quieren sobrevivir, pero cómo hacerlo en un país en el que se dice que tenemos que ser más competitivos, pero no hay inversión en ciencia y tecnología.
—Vivimos una ilusión macroeconómica porque sobrevivimos del petróleo y de la inversión extranjera, para la que somos atractivos por mano de obra barata, no por alguna cualidad específica de valor agregado.
—¿Entonces?
—Cuando se acaben las dos cosas —petróleo e inversión extranjera— como empieza ya a pasar por la competencia de China y otros países del sureste asiático, tendremos problemas. Es un futuro incierto y es cercano.
—¿En educación superior cómo están las cosas?
—El país no logra las masas críticas de técnicos y científicos que se necesitan por problemas en el modelo educativo. La educación no se puede ver por tramos. Es necesaria una revisión del sistema completo, pero para ello es necesaria una actitud más positiva hacia la renovación institucional, en una política basada en resultados y no en matrícula, y esto es válido para preescolar y para la educación superior.
—¿La universidad pública también está fallando?
—Son organizaciones rígidas, casi medievales, ven por ellas mismas y su prestigio, y no por abrirse e incorporarse a un modelo más cercano a la grave realidad nacional.
—Pero son un gran imán para los jóvenes…
—Claro, por que ofrecen movilidad social acrítica. No importa cómo lleguen. Aquí los preparamos y los titulamos.
—¿Cuáles son las soluciones, si las hay, a este panorama crítico?
Es necesario introducir cambios en la organización escolar, pero se requiere de un compromiso informado y participativo de los padres, que los profesores abandonen la percepción de autosatisfacción falsa y rebasen a sus líderes, con sus obsesiones por la política.
—¿Más reformas?
—Las normas pedagógicas deben ser planteadas nuevamente, si bien en el fondo de una política nacional, también con la figura de proyecto escolar. Nunca será igual la visión y las necesidades de una primaria en Garza García, Nuevo León, que en Oaxaca o Chiapas. Es necesario un sistema que dé respuesta a la inequidad que impera, pero que asuma e integre la complejidad y heterogeneidad del reto educativo en México.
—¿Hay dinero para otra reforma así?
—Otro gran mito es que no hay recursos. Se gasta actualmente 7.2 por ciento del PIB nacional, 300 mil millones al año. No es cualquier cosa, y los resultados son lamentables, insatisfactorios. Por otro lado, las universidades deben dejar de ser tan poco plásticas, garantizar educación superior a todo el que quiera estudiar una carrera, pero dar la vuelta a los reclamos corporativos y de gremio, para abrirse realmente a una nueva oferta.
—¿Y en política educativa?
—En educación, no podemos permitir que sigan prevaleciendo los intereses privados sobre los sociales, y me refiero al SNTE, a los sindicatos universitarios, a los gremios, a los partidos políticos.
—¿Quién ha sido el mejor secretario de Educación?
—Aunque Fernando Solana no hizo tan mal las cosas, en realidad, no hemos tenido un presidente que haga de la educación realmente la prioridad del desarrollo nacional, más allá del discurso oficial. Para ello se necesita una estatura de estadista, que entienda la grandeza del país y se decida realmente a apostar por la educación como clave de la solución de los graves problemas.
—¿Hay mexicanos capaces de lograr este reto?
—Sin duda, pero no podemos aspirar a algo importante mientras el Presidente, el que sea, cuando piense en elegir a su secretario de Educación Pública, piense en quien pueda negociar con Elba Esther y no en un hombre capaz de hacer un Pacto Nacional por la Educación, un verdadero líder, con visión de Estado y de futuro.